Comentario de
texto: “La carbonerilla quemada”, de Juan Ramón Jiménez.
- Señale y explique la organización de las ideas contenidas en el texto. (1.5 puntos)
- (versos 1 al 4): mes de julio, a la hora de la siesta, un horno prende las ropas de una niña.
- (versos 5 al 7): por la tarde regresa la madre; nada hace presagiar el terrible accidente.
- (versos 8 al 14): la niña se encuentra moribunda a consecuencia de las quemaduras. Cuenta a su madre cómo intentó sin éxito apagar el fuego, y cómo la llamó inútilmente.
- (versos 15 al 21): la madre intenta salvar la vida de la niña llevándola al pueblo montada en el potro. La niña muere por el camino, mientras todos los elementos de la naturaleza transmiten una imagen apacible.
- (verso 22): Dios, en la inmensidad de la noche, parece también ajeno a la desgracia de la niña.
2
a. Indique el tema del texto. (0.5 puntos)
La
trágica muerte de una niña a pesar del intento de la madre por
salvarla, y pasividad aparente de Dios ante la desgracia.
2
b. Resuma el texto. (1 punto)
En
este poema, Juan Ramón Jiménez nos relata cómo una niña carbonera
muere a consecuencia de las heridas producidas por las quemaduras que
sufre accidentalmente mientras realizaba su trabajo. El hecho de que
el suceso se produzca durante el mes de julio, a la hora de más
calor, la siesta, hace que el accidente adquiera un cariz de un
dramatismo insoportable. Cuando la madre llega ya por la tarde,
encuentra a la niña en un estado lamentable, e intentará
inútilmente salvarla conduciéndola al pueblo. Todo ello sucede en
un ambiente en el que la naturaleza y Dios mismo parecen ajenos a la
desgracia.
- Realice un comentario crítico del contenido del texto. (3 puntos)
Juan
Ramón Jiménez, que nació en Moguer y que pasó allí algunos años
decisivos de su juventud, bien pudo recoger in situ la noticia de
este trágico suceso. No es difícil imaginar con ese pinar, el agua
discurriendo por el camino y los pollinos trotando -entre ellos
Platero-, la geografía onubense.
La
producción de carbón vegetal era una tarea muy frecuente en las
zonas rurales, por lo que un accidente como el descrito por Juan
Ramón no era nada raro, de la misma manera que no era nada extraño
que los niños ayudaran con su trabajo a la economía doméstica.
El
suceso es descrito con un tremendo realismo. La sensación de calor
se hace asfixiante en los cuatro primeros versos, donde la siesta de
julio se metaforiza en un ascua violenta y ciega, la arena -utilizada
en las carboneras- quema como si tuviera fiebre, el sonido del canto
de las cigarras se hacen insufrible y el cielo tiene el color
ceniciento de la plata calcinada.
Ya
por la tarde, cuando regresa la madre montada en el potro, vemos un
fuerte contraste entre el pinar que ríe, la brisa que renueva la
vida y la misma vida que está a punto de abandonar el cuerpo de la
niña. El color violeta del cielo nos da una imagen casi idílica en
oposición también a la desgracia.
La
descripción se hace insoportablemente realista en la imagen de la
carne rosa y negra por efecto de las quemaduras. El dolor de la niña
está presente en todo: en el roce de los besos que adivinamos que
trata de darle la madre, en el roce del aire injustamente alegre y
bello; hasta la mirada de la madre produce dolor a la niña.
El
relato de la niña -en el que están presente los rasgos dialectales
del andaluz- resulta también teñido de dramatismo: el remedio
inútil de la arena que quema, las llamadas infructuosas de la niña
a la madre, las llamas que cubren su cuerpo, y el sentimiento
terrible de soledad ante la desgracia. Es imposible permanecer
insensible ante tanto dolor.
La
tragedia llega a su punto culminante en el momento de la muerte,
donde los ojos de la niña, rebosantes de vida en otro momento,
espantados por el horror, son ahora raíces secas -sin vida- de las
estrellas. Y mientras se produce este desenlace fatal, la naturaleza
despliega todo su esplendor vital: la brisa fresca juega, el agua
-que tan necesaria hubiera sido para la niña- discurre a lo largo
del camino, la hierba se ondula por efecto de la misma brisa, y los
pollinos presienten el momento del juego ante la proximidad de los
niños.
El
mismo Dios se muestra ajeno ante la desgracia bañándose -de nuevo
la imagen del agua- en el cielo de la noche. ¿Quiere decirnos Juan
Ramón que Dios es insensible al dolor humano? ¿O quizás es que
Dios trasciende dicho dolor y permanece inalterable en su
trascendencia, en su estado superior? Sea como fuere, resulta difícil
desentrañar el significado de este último verso.