Comentario crítico al
texto propuesto en la prueba de lectura de “Los girasoles ciegos”
de 2º de Bachillerato de
Ciencias de la Salud y Tecnología.
El
texto, perteneciente al cuarto relato titulado “Los girasoles
ciegos” del libro de Alberto Méndez , es un fragmento de la carta
que el hermano Salvador dirige a un religioso al que llama Padre, y
que probablemente sea su superior en la Orden, una vez ocurrido el
fatal desenlace de esta historia.
En
este texto, y a modo de confesión, el hermano Salvador reconoce
sentirse “herido” en su orgullo y “avergonzado...por las
obsesiones” que le ha causado su acercamiento a Elena, la madre de
Lorenzo, obsesiones fundamentalmente de cariz sexual, que han
cuestionado o puesto en duda su vocación sacerdotal.
En
este estado de zozobra interior, el hermano Salvador -informa en su
carta- pidió autorización en el colegio para abandonar -pensamos
que provisionalmente, con objeto de tomarse un tiempo de reflexión-
el convento y el centro educativo. Obtenido el permiso, el hermano
Salvador se instaló en una pensión. En esta situación, adivinamos
que de soledad, es cuando este personaje empieza a advertir todo el
enorme coste de su aventura pasional, es decir, todo lo que Elena,
negándose a sus requerimientos, le ha arrebatado: su fe -que
sustentaba su vocación religiosa-, su vocación -que ha salido
derrotada de esta prueba-, su sentimiento de pertenecer a los
vencedores de la guerra -”su Victoria”-, lo que le otorga una
superioridad moral y efectiva sobre Elena, que pertenece al grupo de
los vencidos, y fundamentalmente, su hombría, que ha sido humillada
por el rechazo de esta mujer.
Vemos
además cómo el hermano Salvador no reconoce su papel de acosador
cuando dice que Elena le “negaba lo que nunca llegó a pedirle”,
siendo lo cierto que su conducta moralmente reprochable lo ha puesto
en evidencia. De la misma manera que sus “desvelos” por favorecer
a Elena en su condición de mujer sola y a su hijo Lorenzo, no son
más que una forma hipócrita de ocultar su pulsión sexual.
El
hermano Salvador no puede comprender -ni tolerar- el rechazo que una
mujer “desbaratada por tantos fracasos” le está presentando.
Necesita una explicación -”una respuesta”- a la actitud esquiva
de esta mujer que, conforme al sentimiento de superioridad con el que
él actúa, debiera aceptar sus ofrecimientos como valedor o
protector.
En
mi oipinión, el hermano Salvador ha salido profundamente derrotado
de esta situación, en la que ha puesto en juego demasiadas cosas: su
vocación sacerdotal, su conciencia de vencedor de la guerra y, sobre
todo, su condición de hombre. El resultado es un ser humano
completamente hundido por tanta pérdida, que además no es
consciente ni, por tanto, capaz de reconocer su responsabilidad ante
su propia conducta hipócrita y claramente censurable.
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